• Hablar de Discapacidad me obliga inexcusablemente a comenzar -esta particular y prosaica narrativa- reconociendo que, aun siendo básicamente autobiográfica y real, obligadamente anónima por razones obvias- NO estamos ante un “Gran Inválido”, como se decía antes, pese a referirnos a una persona valorada con una discapacidad del 65%.
• Tampoco puede considerárseme un “Minusválido” -sensu estricto-, porque como sorpresivamente preguntaba mi hijo a sus cinco años: “¿Cómo vas a ser tu minusválido, papá, si haces muchas más cosas que los otros padres corrientes?”
• Mucho menos soy un “Discapacitado” propiamente hablando porque, es el “Ser Persona” lo característico en mí, y no la puñetera “Polio”. Ésa “Poliomielitis” que desde mi nacimiento –a mediados de la década de los cincuenta, cuando la llamaban “Parálisis infantil”-, me afectó justo un año antes de que se generalizara en España la vacuna Parke-Davis”.
Y digo generalizara, porque la vacuna de “Jonas Salk, probada ya en 1952, se utilizó en todo el mundo a partir de abril de 1955 –dos años antes de que yo naciera- . Pero para mi desgracia, Franco sólo la suministró inicialmente a falangistas, amigos ricos y grandes empresarios … Desafortunadamente, mi familia no estaba en ninguno de esos grupos, por lo que al “tocarme la china” hay gente que diría que yo soy -de alguna manera- una víctima más del franquismo.
• Pero si esas tres relativamente modernas denominaciones, (Gran Inválido, Minusválido o Discapacitado) no me gustan, ni me definen, mucho menos admitiría la vieja denominación de “Subnormal” pese a que éste denigrante vocablo ¿estaba? incluido hasta hace nada, en el nombre de algunas asociaciones de personas con discapacidad como es el caso de los ASPRONA de Albacete, Granada, Guadix, Benavente, o Badajoz… de ASPROSUB en Zamora…
¿Asociaciones protectoras de Subnormales? xD. ¡Que atroz!… Casi tanto como aquellas arcaicas denominaciones donde nos etiquetaban de “Idiotas” o “imbéciles”. O peor aún, esas prácticas tan salvajes en las que, mucho más tiempo atrás, nos despeñaban directamente por la roca Tarpeia (en el caso de los romanos) o por el monte Thaigueto (en el caso de los griegos),…
Y bueno, ni tan lejos, pues en la ya citada dictadura franquista, se nos incluían en la llamada “Ley de vagos y maleantes” (sic). Denominaciones y hechos, todos éstos, que aunque sean más periodísticos y documentales que literarios, fácilmente pueden ser comprobables en las hemerotecas, en los libros de historia y hasta en San Google, como ése “Año Internacional del Subnormal” que se celebró en 1980 ¿?.
• Finalmente, lo de ser una persona con “Movilidad Reducida”, eso ya no lo podría negar. Y no podría hacerlo, en primer lugar, por ser evidentemente notorio, aunque yo no vaya en silla de ruedas; y en segundo lugar, porque esta moderna etiqueta –PMR-, ya pone el acento en la “persona” (de la que dice con Movilidad Reducida), y no en la “discapacidad” o déficit. Aunque si les digo la verdad lo que a veces me gusta denominarme es “cojo” (y como todos los cojos, con muy mala pata je, je). Así, sin eufemismos, igual que prefiero llamar “negros” a los que otros llaman “personas de color” ¿De qué color?
Precisiones terminológicas aparte y una vez descrito ya “lo que no me define”, creo obligado presentarme, siquiera esquemáticamente y casi en caricatura, para poder contextualizar y comprender lo que es una simple historia de superación personal asociada al tema de la Discapacidad, pero como tantas otras que pasan desapercibidas hoy día.
Por eso, y sin violar la preceptiva confidencialidad de la obligada plica del concurso, declararé de una manera telegráfica que soy un hombre corriente, que he llevado y llevo una “vida normalizada” y que, a diferencia de otras muchas personas, supuestamente “normales”, ya he plantado dos árboles (la verdad, algunos más), he tenido dos preciosos y apuestos hijos, he escrito dos libros, he montado dos veces en globo (bueno y en helicóptero, barcos, cruceros y aviones varios, je, je), … y hasta me he casado –felizmente- en dos ocasiones. Eso sí, una vez viudo, confieso que he seguido vivido bien feliz -aunque sin ofender- y que volví a ennoviarme y enamorarme. Y es que no tengo remedio.
Pero conste que ésta revelación no la hago con ése orgullo que podría parecer un pelín engreído o machista, sino como el ejemplo de superación cuando caes, que aquí conviene destacar, máxime cuando en las relaciones y en el Amor, como a tantos otros y otras, me dieron tantísimas calabazas.
Yo no sé si seré un ejemplo de superación personal, como así reconocen mis hijos y muchísimas amistades. De hecho, si no fuera porque me animaron a contarlo para éste concurso, no creo que nunca me hubiera atrevido a firmarlo públicamente. Pero lo que sí sé, es que, salvo correr los cien metros lisos y pruebas deportivas similares (no hablo de las para olimpiadas, claro está), nada se me ha puesto por montera en los doce lustros que llevo peleando en éste mundo, a veces tan cruel con la diferencia y la diversidad, sea del tipo que sea.
Sexagenario pues, tengo que proclamar que he reído (y he llorado, of course); que he escalado, navegado en piragua o me he deslizado en tirolina; que he trabajado media vida -siempre como funcionario- y en más de diez puestos diferentes; que he impartido decenas de cursos por España y por cinco países latinoamericanos; que he participado en la política nacional, como candidato al Congreso, al Senado, o al Parlamento Europeo, y también con cargos orgánicos de dirección estatal en tres partidos diferentes (aunque muy próximos ideológicamente).
Y lo que es más importante: puedo confesar y confieso que amo, he amado y he sido amado. Y que, tras la muerte de mi 2ª esposa y a pesar de algunos desamores, me he vuelto a enamorar, y no sólo de la vida, la tierra, el sol o el mar -que también-. En definitiva y si se me permite la arrogancia, una vida bien vivida, bien compartida y casi en plenitud. ¿Discapacitado pues?…
Digamos que Feliz, pero sin ofender.
Docente convencido del valor de la “Diversidad” y con una inequívoca vocación por la “Educación Inclusiva”, pronto se me quedó pequeña la llamada “Integración escolar” sin que por ello defendiera ninguna experiencia segregadora. Además siempre creí y viví en propias carnes eso de la “Normalización” que es lo mismo que el derecho a utilizar los servicios normales de la comunidad. Tarea ésta que me ha llevado treinta y cuatro años de vida laboral entregados a la causa.
A los ya señalados aspectos de superación en los compromisos personal, escolar, político y social durante más de cuatro décadas, no puedo silenciar una variante muy personal, como es “el ámbito de la Fe”. Y no tanto por pontificar sobre el mundo de las creencias o increencia que –como en el resto de aspectos ya enumerados- lo traemos aquí, con cierto pudor, y por supuesto desde el respeto a la diversidad y a la Laicidad, sino por “desfacer” -de una manera un tanto quijotesca, si se quiere -como la de mi tierra-, ése otro entuerto y cuento del “castigo divino” o del “pecado de sus padres”.
Porque antes al contrario, desde mi experiencia personal de participación en la llamada “Iglesia de base”, he sido de vivir en una permanente actitud de agradecimiento por los “dones” recibidos. Ésos que me han hecho ser lo que soy, reconociéndome dotado de una fortaleza interior innegable, muy valorada por los demás y por los que cada día,doy gracias al Padre/Madre.
Personalmente –insisto- he de reconocer, que no me creo ejemplo de nada, ni tan siquiera de una superación personal, estrictamente hablando, porque creo que eso hay que dejarlo para personas que, estando mucho más limitadas, han conseguido verdaderas proezas o retos inicialmente impensables:
Me estoy acordando de casos como el de la gran artista Frida Kahlo, también afecta de polio y espina bífida; del gran astrofísico, cosmólogo y eminencia en el campo de la divulgación científica, Stephen Hawking, que fue diagnosticado de ELA en su juventud y sólo le dieron dos de vida; del súper tenor, músico, escritor y productor musical Andrea Bocelli que, pese a nacer con un glaucoma congénito que le dejó parcialmente ciego, ha vendido más de 75 millones de discos; del nadador que batió el récord de medallas olímpicas, Michael Phelps, que tenía un Trastorno por Déficit de Atención severo con hiperactividad (TDAH); del matemático John Nash, que con una esquizofrenia paranoide aguda, ganó el Premio Nobel de Economía en 1994; o el gran actor Michael J. Fox, protagonista de “Regreso al futuro”, que en 1991 le diagnosticaron un Parkinson cuando aún no tenía treinta años…
También recordar otros nombres célebres cuyas historias podéis buscar como Alex Zanardi, Nick Vujicic, Aaron Fotheringham, Carrie Brown, Milly Bobby Brown, o Daniel Radcliffe… Por no hablar del gran orador griego Demóstenes, que por si no lo sabíais fue, desde su más tierna infancia… ¡tartamudo!.
Y cómo no citar casos más recientes como el de Pablo Pineda, el maestro, pedagogo, actor y amigo, con síndrome de Down; de la periodista y psicóloga Irene Villa, un ejemplo de superación personal que dejó bien claro que los límites solamente los marca la naturaleza y son superables, como ella misma ha demostrado; o del conocido actor y cantante Juan Manuel Montilla ‘El Langi’, que a pesar de padecer parálisis cerebral logró en 2008 el Goya al mejor actor revelación por su actuación en la película “El truco del manco”; o del joven triatleta de Barcelona Àlex Roca Campillo, que con una parálisis cerebral del 76 %, intenta cada día demostrar que los límites no existen pues solo se lo pone uno mismo, o de Jesús Vidal, el “actor con Discapacidad” como él mismo se reconoció en el emotivo discurso dado al recoger su Goya 2019 al mejor actor revelación por “Campeones”.
Ejemplos, todos ellos, de famosas personalidades con verdaderas historias de superación personal que traigo aquí porque son célebres claro, pero sobre todo, para declarar a continuación que cada día -y muy cerca- existen cientos de historias parecidas que no conocemos.
Creedme, yo no soy ejemplo de nada, pero sé que –como el colibrí-, yo hice mi parte. ¿Conocen ése cuento?
“Dicen los guaraníes que un día hubo un enorme incendio en la selva. Todos los animales huían despavoridos, pues era un fuego terrible. De pronto, el jaguar vio pasar sobre su cabeza al colibrí… en dirección contraria, es decir, hacia el fuego. Le extrañó sobremanera, pero no quiso detenerse. Al instante, lo vio pasar de nuevo, esta vez en su misma dirección. Pudo observar este ir y venir repetidas veces, hasta que decidió preguntar al pajarillo, pues le parecía un comportamiento harto estrafalario: ¿Qué haces colibrí?, le preguntó. Voy al lago -respondió el ave- tomo agua con el pico y la echo en el fuego para apagar el incendio. El jaguar se sonrió. ¿Estás loco?- le dijo. ¿Crees que vas a conseguir apagar lo con tu pequeño pico tú solo? Bueno- respondió, el colibrí- yo hago mi parte…”
Y termino ya con dos preguntas que me han hecho en más de una ocasión y que considero ilustrativas para la superación personal que aquí abordamos:
1. ¿Cuál es el secreto para llevar una vida tan aparentemente feliz? … y
2. ¿Es cierto que casi todas podemos cumplir los retos que nos propongamos?
A la primera, siempre respondí (ante el asombro de mis interrogadores, que enseguida me decían que no me pusiera tan trágica) que “porque tarde o temprano, yo terminaría en una silla de ruedas y que hasta entonces, tenía que aprovechar todas las oportunidades y momentos que la vida me regalara, viviendo desde el “Carpe Diem” de Horacio, al “Tempus Fugit” de Virgilio”. Y es que nunca sabemos la hora, ni el día, en el que ya no podremos hacerlo. Y claro, a lo tonto a lo tonto, así llevo viviendo y disfrutando más de cuatro décadas que me hacen sentirme cada día más joven, aunque –eso si- cada vez pueda caminar mucho menos sin descansar.
Y a la segunda, les recuerdo que soy un resiliente, convencido del “Sí se puede”. Es muy cierto que, como define la psicología a la Resiliencia,” todas las personas tenemos la capacidad individual de levantarnos al caer y de sobreponernos a los tiempos de dolor emocional y a los traumas más diversos y, por ende, que todas somos capaces de sobrellevar cualquier situación, por difícil que sea, y de aprender de ella”. Y si no fuera así -¡cuidado con las cosas que pensáis que al final acaban por cumplirse!-, porque siempre podemos hacer nuestra parte, como el colibrí.
¡Que disfrutéis de la vida!, que seáis moderadamente felices, y que podáis hacer felices a los demás, para poder dejar un mundo mucho mejor que el actual, lo cual no sólo es posible, sino necesario.
(*) El presente trabajo ha sido galardonado con la Mención especial del jurado del IX CONCURSO LITERARIO convocado por la Fundación FAMA sobre el tema “SUPERACIÓN PERSONAL Y DISCAPACIDAD”.
Fue ayer 8 de mayo, en el Centro Infanta Leonor de Albacete, donde tuvo lugar la Gala de entrega de premios, y con el mismo pudor con el que lo leí, aquí lo ofrezco a quien pueda interesar.