Aunque uno no sea muy amigo de las viejas prácticas eclesiales de canonizar y beatificar mártires, tanto por lo milagrero de la acción como por lo tendencioso e irregular de su aplicación según se trate el personaje (Camino, Juan Pablo II, etc) hoy quiero dedicarle unas palabras a ese gran hombre que junto con Juan XXIII más he admirado en la Iglesia Católica.
Romero fue un mártir por denunciar al sistema capitalista y sobre todo, por denunciar a los opresores, a los militares, a los dictadores, a los oligarcas y a los que sabía que le iban a matar por defender al pueblo y los derechos humanos.
Ha tenido que llegar el Papa Francisco para poner en el lugar que le correspondía a este Santo ya proclamado por los fieles americanos y su celebración espero sirva para recordar al Arzobispo de San Salvador que fue asesinado por un escuadrón de la muerte liderado por el ultraderechista d´Abuisson en 1980. Un hecho que sobrecogió al mundo entero y originó de alguna manera la guerra civil posterior acaecida en El Salvador.
Oscar Arnulfo Romero fue un preclaro y valiente defensor de los derechos humanos, ya que lo hacía en el seno de la aterradora represión militar que masacraba a obreros, campesinos, estudiantes y maestros cuando se manifestaban pidiendo justicia y libertad por las calles de San Salvador.
Romero que antes de llegar al Salvador, no era ningún revolucionario (antes al contrario el Vaticano le envió para apaciguar los avances de la teología de la liberación) se convirtió y pasó a ser “la voz de los sin voz”, denunciando a los represores (las fuerzas armadas y oligárquicas del país) y defendiendo los derechos humanos siempre al lado de los pobres y no de los que abusaban y reprimían a las organizaciones populares, a sus curas, a las comunidades cristianas y en general a las empobrecidas y empobrecidos que sufrían crueles matanzas muchas veces masivas.
En unos tiempos en los que la Iglesia Católica a través de sus más indignos representantes y jerarquías, no para de avergonzarnos a la mayoría de las y los creyentes de este mundo, da gusto recordar la palabras y obras de este hombre que siempre está resucitando “en cada brazo que se alza para defender al pueblo del dominio explotador”.
Que San Romero de América, como allá le llaman –y a partir de ahora, también le llamará la ICAR- siga resucitando en el pueblo salvadoreño y en todas y todos cuantos le recordamos con orgullo.
Para terminar, si se me permite parafrasear al Santo cambiando una sola palabra de su discurso, y dado que hoy estamos en la jornada de reflexión previa a las elecciones municipales y autonómicas en España, hago mía su frase más celebre y pido, con él «En nombre de Dios y en nombre de ese sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡cese la corrupción!»
Y junto al movimiento internacional “Somos Iglesia” Celebramos con gran alegría la beatificación de Monseñor Romero, arzobispo de San Salvador, asesinado el 24 de marzo de 1980.
Para saber más:
• San Romero de América, pastor y mártir en defensa de los pobres.
Y en este mismo blog:
• Romero también Resucitó en Albacete.
• Romero cambió. ¿Cambiará la iglesia?