ROMERO CAMBIÓ, ¿CAMBIARÁ LA IGLESIA?
Me viene de nuevo a la cabeza, con motivo de la muerte del Papa, la figura de Monseñor Romero de quien hace unos días conmemoramos el 25 aniversario de su muerte (asesinato) y resurrección. Esa celebración del que fuera Arzobispo del Salvador, Monseñor Oscar Arnulfo Romero, llamado también San Romero de América u Obispo de los pobres, para mucha gente ha sido un motivo de alegría y, que duda cabe, también de compromiso.
Hablo de Alegría porque se ha cumplido con creces su profecía “…si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño”; y ¡vaya si resucitó! Pero no sólo en el Salvador. Hoy día, son tantos y tantos los grupos que en todas partes tratan de ser fieles a su memoria apostando por descender de sus cruces a los crucificados de este mundo. En España son casi 30 los comités de Solidaridad con América Latina(AL) que llevan su nombre y que tratan de informar de una manera veraz sobre la cruda realidad de A.L., de sensibilizar hacia una verdadera cooperación al desarrollo para con ellos y de denunciar los abusos de este imperialismo capitalista y neoliberal que sólo fabrica ingentes masas, no ya de pobres sino de empobrecidos. Donde hasta ahora no ha resucitado ha sido en el Vaticano que durante todo este papado nada ha querido saber de ello ni de nada que sonara a Teología de la Liberación salvo para reprimirla o condenarla.
En Albacete, su resurrección –creo que no cometo ninguna herejía hermenéutica al afirmarlo- bien puede ser el Centro de Sensibilización del Comercio Justo que lleva su nombre (El Centro ROMERO podemos encontrarlo en Pedro Coca nº 7, cerca de Villacerrada). ¡Cuántos productores del Sur (también de Asia y África) pueden vivir dignamente gracias a esta magnífica –aunque todavía insuficiente- promoción del desarrollo!.
Pero también hablaba de compromiso, porque el recuerdo de monseñor Romero, profeta donde los haya, -aunque ésta iglesia no haya corrido a beatificarlo, y sí a otros como a Escrivá de Balaguer- nos insta a mucha gente a seguir prestando la misma adhesión a su causa de justicia y liberación de los pobres, que no es otra cosa que hablar del Reino de Dios.
Justo es reconocer en estos tiempos, en los que algunos hablan de persecución a la iglesia católica ¿?, que la verdadera persecución –sí, esa que produce mártires como Romero, Girardi o Ellacuría- es la que sufre la Iglesia cuando se confronta con los poderes de este mundo y cuando lo hace por defender los derechos de los últimos, y no cuando sólo defiende sus propios privilegios (financiación, acuerdos con la santa sede, religión en la escuela, etc), o sus propias contradicciones sin atender a lo que el Vaticano II llamaba los signos de los tiempos (divorcio, matrimonios gays, células madre, etc) en lo que únicamente debería de ser una confrontación de pareceres en el seno del debate político en un estado democrático.
¡Ojalá! la Iglesia –mejor dicho, la jerarquía-, reconozca lo bajo que está cayendo e inicie un verdadero cambio, metanoia o conversión, que es lo que hizo Romero, con tan solo mirar, defender y vivir más, con y para los empobrecidos de este mundo.
¡Ojalá! Que en la próxima “fumata blanca”, cuando se elija al próximo Papa, -que no dudo que será conservador, dada la desigual correlación de fuerzas que tienen los cardenales del Opus Dei y “huestes” similares-, sople el Espíritu, como lo hizo en el caso de Monseñor Romero.
Porque Oscar Romero no es un hombre progresista cuando Roma le nombra Arzobispo, sino todo lo contrario. Es designado obispo de San Salvador en 1977 precisamente por su conocida condición conservadora, para que apaciguara la situación creada cuando su antecesor Monseñor Chávez toma una postura clara en favor de los Derechos Humanos; pero él, en poco tiempo, se pone de parte de las comunidades de base y no de la Jerarquía. Romero deja de ser el dócil representante de la Jerarquía Católica que había sido, deja de callar y deja de mantener situaciones de connivencia con los gobiernos represores y con los poderes establecidos, como solía hacer la Iglesia oficial. En menos de tres semanas el arzobispo Romero comienza su particular ¿conversión? -como él mismo reconocería- cuando le matan en la propia iglesia a un cura y amigo como Rutilio Grande. Monseñor Romero cambió, pues vio en aquella sangre la de todo su pueblo, constantemente perseguido y masacrado. La represión no podía continuar impunemente y por ello es que se enfrenta a las oligarquías, a la dictadura militar y al mismísimo imperio ¡Cómo no lo iban a matar!
Que mi artículo sirva de plegaria y petición para que el cambio o conversión que se dio en este hombre, pueda darse tras la elección del nuevo Papa, aunque el cambio en la Iglesia actual es tan difícil como necesario.