Hasta 2014 este Joven Aunque Suficiente Preparado -JASP en el viejo y conocido acrónimo- solo era conocido por su alumnado, amistades y seguidores de Fort Apache y La Tuerka, pero hoy día ya está suficientemente acreditado y valorado dado que además de ser un brillante y sagaz director de la reconocida como “mejor campaña electoral a las pasadas europeas”, es una de las caras más visibles -junto a Pablo Iglesias o Juan Carlos Monedero- de PODEMOS; ese nuevo partido, o “estrategia de empoderamiento popular” que tanto está ilusionando a mucha gente corriente que por fin cree, que se puede hacer política de otra manera, que se pueden conseguir altas cotas de democracia y soberanía en España y -sobre todo- que se puede acabar con tanta corrupción, con tanta impunidad y con tanta “casta”; un vocablo que magistralmente han sabido introducir en el lenguaje coloquial, mediático y político de este país.
Iñigo Errejón Galván es un joven politólogo nacido en 1983 (sí, no es una errata), en Madrid, ciudad en la que vive ”con un océano atravesado”- como reza su Twitter personal- ya que este Licenciado y Doctor en Ciencias Políticas, combina sus labores de consultoría política con la docencia y la investigación académica, tanto en Latinoamérica como en España.
Pero ni vamos a glosar aquí su extensa biografía, pese a su corta edad, (ya que se puede encontrar hasta en la Wikipedia de cuya entrada hemos tomado la foto en la que aparecemos detrás), ni es de “Podemos” de lo que vamos a hablar en esta entrevista, sino del tema que abordamos cuasi monográficamente en este número de UTOPIA, el DaD, razón por la que le preguntamos a bocajarro:
¿Qué es lo primero que te viene a la mente si hablamos del Derecho a Decidir, en general?
El derecho a decidir es un componente central de la democracia: la posibilidad real de elegir entre opciones sustancialmente distintas. Esto implica los medios materiales para hacerlo (se es tanto más libre para decidir cuanto más emancipado se esté de la necesidad, del hambre, del miedo, de la dependencia de otros) pero también la apertura del horizonte de sentido que permita la emergencia de lo sustancialmente distinto o lo no representado. La democracia no es el consenso, como se nos ha pretendido hacer creer, sino la politización de los dolores para que puedan ser discutidos, y la decisión colectiva sobre lo colectivo. La posibilidad de utilizar la deliberación y la negociación para establecer los términos más provechosos para la convivencia.
¿O sea, que no hablamos solo de elegir una forma de estado o de un territorio?
Claro. Es deliberar y negociar no sólo sobre la representación sino también sobre el territorio, la sexualidad, la economía, los recursos naturales, el urbanismo, etc. Hay más democracia cuantas más cuestiones estén sometidas a la decisión popular y menos, cuantas más dependan de la decisión privada de minorías poderosas. La democracia, entonces, no es una estación de llegada sino de partida: un juego siempre abierto de discusión y reacomodo. Esta apertura es garantía de libertad, pero está matizada por la institucionalización y codificación de determinados equilibrios, normas y certezas. La política es conflicto y es consenso.
¿Que iría antes, el DaD o el Derecho a pensar, a estar bien informado y a no ser manipulado por los medios?
Creo que son la misma cosa. Para tener derecho a decidir efectivo, los medios para informarse, evaluar y conformar la propia posición, tienen que estar garantizados para todo el mundo. Si la comunicación y la información son elementos claves para la ciudadanía, deben estar protegidos y garantizados como derechos (igual que hacemos con el agua o la sanidad, por ejemplo). No pueden depender sólo de quien tiene más dinero, a riesgo de que el debate público quede secuestrado en unas pocas manos, que intervienen así de manera decisiva en la comunidad política, mientras la mayoría apenas tiene medios para hacerlo.
Tú que has asesorado políticamente a varios gobiernos latinoamericanos dinos: ¿qué reflejos y limitaciones al DaD has visto en las diferentes constituciones estudiadas?
Por una parte, el derecho a decidir vive siempre en equilibrio con la eficacia: no es cierto que haya un punto virtuoso en el que se retroalimenten. Son dos bienes que hay que conciliar sabiendo que no siempre casan bien. Hay que abrir las grandes decisiones a la comunidad política, al pueblo; pero al mismo tiempo hay que producir políticas públicas, derechos y cotidianidad con eficacia, con rapidez y sostenibilidad, sin que esto requiera la permanente participación política o el heroísmo cívico de todos, que nunca ocurre. Esto refiere a la producción de institucionalidad eficaz, eficiente, económica y participada y transparente. Ninguna sociedad puede vivir en asamblea permanente, pero ninguna puede entregar su destino a los “técnicos”. Creo que se trata de fijar límites y distinciones claras, y de reconocer qué el abanico de temas son objeto de discusión política y que va variando según las olas de implicación colectiva, las cuales, cuando están de auge, tienen que producir mejores esferas públicas e instituciones, sean estas estatales o no.
Por otra parte, una cosa es fijar derechos o aspiraciones en una constitución y otra hacerlos realidad. Esa es una batalla del día a día, en la que la soberanía popular que se expresa en la nueva constitución no juega sola, sino en un terreno en el que constituye un poder entre muchos, habitualmente de signo conservador, que conspiran contra las posibilidades de expansión democrática y de redistribución de la riqueza. Las instituciones estatales no sometidas a la soberanía popular, los medios privados de comunicación, los poderes económicos oligárquicos o los poderes internacionales, son buenos ejemplos de ello. La construcción del DaD se despliega en tensión con estos poderes conservadores u oligárquicos. Esta es la “guerra de posiciones” que caracteriza hoy los procesos de transformación estatal en Latinoamérica.
Respetar la autonomía de los pueblos y el DaD la forma de gobierno de todo un pueblo ¿es un derecho democrático?
Las naciones son imaginaciones compartidas, lo cual no es malo: todos necesitamos imaginaciones compartidas para vivir en sociedad. No nacen de la lengua, ni de la historia, ni de la geografía: eso pueden ser materias primas, pero que se articulan por la voluntad del ser en común. ¿Puede prohibirse?
Esa voluntad puede restringirse u obstaculizarse, pero no prohibirse. España es claramente un Estado plurinacional, en el que existen identificaciones nacionales diversas que en algunos territorios parecen mayoritarias y aspiran a una administración propia e independiente. Esto interpela al modelo de país construido y obliga a una discusión que rehaga el contrato social y político.
¿Crees que votaremos algún día, si queremos una monarquía o una república en este país?
La cuestión de la jefatura del Estado es indisociable, en España, del conjunto de la arquitectura del régimen de 1978, salido de la negociación entre la oligarquía franquista y la parte mayoritaria de la oposición democrática. Democratizar esta decisión, quién ocupa la Jefatura de Estado, es abrir una cuestión simbólica central en el orden existente. Hoy las élites del régimen están más cómodas hablando del color de la bandera, tema sobre el que siguen detentando una clara mayoría, que sobre la democratización del sistema político, que incluye la cuestión monárquica pero va más allá y apunta a quién es el titular de la soberanía, si el pueblo o las élites, lo que algunos llamamos “la casta”.
Pensando en la consulta del 9 de noviembre en Cataluña, ¿consideras que vascos, gallegos, andaluces o catalanes tienen DaD sobre su relación con el conjunto de los pueblos de España? ¿Lo mismo si hablamos de federalismo, confederalismo, centralismo o independencia?
Lo he respondido en gran medida en la pregunta anterior. La voluntad soberanista en diferentes territorios con identificaciones nacionales se inscribe en la fractura territorial del régimen del 78: las estructuras políticas para organizar la convivencia entre pueblos. Junto a esta fractura, se da una “fractura social”, de producción de los derechos y garantías imprescindibles para ser ciudadanos y no súbditos con miedo, y una “fractura política”, de canales y mecanismos para salvaguardar la soberanía delegada y evitar su secuestro por los poderes de las minorías. Estas tres fracturas avocan a una recomposición del contrato político para ver cómo podemos vivir juntos en un país donde quepan todos. Pero a nadie se le puede obligar indefinidamente a estar en un sitio o con alguien que no quiere.
El derecho a la autodeterminación es un derecho democrático, pero lo que está encima de la mesa no es el problema vasco o catalán, sino el problema Español: qué tipo de comunidad democrática (re)hacemos.
¿Y también igual que si hablamos del DaD y de los procesos de-constituyentes/constituyentes? ¿Reside realmente el poder en el Pueblo? ¿Cómo recuperaremos la soberanía popular?
Es la misma cuestión. Sí. Ya hay un proceso de-constituyente en marcha que es aquel por el cual las élites están vaciando los (tímidos) contrapesos sociales y democráticos de la constitución de 1978 y reordenando el Estado en un sentido oligárquico: de más renta y más poder hacia la minoría privilegiada y más desposesión para la mayoría social. Ese proceso ya está modificando el orden constitucional. Lo que está en discusión no es si hay estabilidad o no, sino si el cambio lo protagonizan las élites frente a un conjunto de ciudadanos fragmentados, molestos y asustados, o si a partir del descontento se articula una voluntad popular nueva, de recuperación de la soberanía y que conduzca la crisis de régimen en un sentido de mayor justicia social, libertad y democracia, en lugar de generar más exclusión, empobrecimiento y autoritarismo de mercado.
¿Tienen DaD dos personas (Rajoy/Zapatero) o dos partidos (PP/PSOE) sobre un modelo económico que priorice la deuda sobre la gente, como hicieron con el Art. 135 de la Constitución?
Ni siquiera ellos lo tienen. Los partidos políticos han funcionado como representantes de los intereses no de sus votantes sino de grupos económicos y financieros poderosos, que están experimentando ganancias récord en medio del empobrecimiento generalizado gracias a que han puesto a su servicio la política económica y las instituciones. Esto en cierta medida siempre es así: todo Estado expresa (y construye) equilibrios de fuerza entre grupos sociales que dirigen en un sentido u otro las políticas, pero con la crisis se ha acrecentado.
La crisis de credibilidad de los dos grandes partidos y sus élites tiene que ver, así, con la percepción de que gobiernan sólo para sus propios intereses –de carteros bien remunerados de los intereses oligárquicos- y con que en realidad no se diferencian en mucho por su común supeditación a estos poderes, no elegidos por la ciudadanía. Estamos asistiendo, por tanto, a un gigantesco secuestro de la democracia.
Y el DaD de las mujeres sobre su propio cuerpo, ¿debe tener algunas limitaciones políticas?
Sí, debe tener las limitaciones que la comunidad política establezca, partiendo de que hay que conjugar la autonomía personal con criterios colectivos universales. En este caso, me parece que estamos, en primer lugar, ante un caso de hipocresía, porque prohibir la interrupción voluntaria del embarazo no evita los abortos, sino que los hace más peligrosos y menos accesibles para las mujeres de los sectores populares, mientras que sigue siendo fácil, seguro y accesible para las que tienen más dinero. En segundo lugar, estamos ante el pánico patriarcal que se deriva de que las mujeres tengan control de su propio cuerpo. No se trata de renunciar a las creencias, sino de no imponerlas y sustituirlas por una moral cívica de la libertad y la responsabilidad. En mi opinión, una política responsable tiene el DaD como última ratio mientras que produce los medios e información necesarias para evitar embarazos no deseados.
Para terminar, le preguntamos a este joven “moro”, -no por musulmán, sino por no bautizado que decía mi abuela-, y ateo de convicción, por su conocimiento y experiencia sobre las CCP e Iglesia de Base española, en general, y sus relaciones con las CCB latinoamericanas.
He conocido el fenómeno del cristianismo de base y popular en Latinoamérica. Sobre todo allí he aprendido a respetar, a saldar la distancia cultural de la que partía, y a entender y valorar su desempeño pedagógico y humano, de construcción de vínculos de solidaridad. Un rol fundamental sin el cual no se entienden los procesos populares de cambio político y de construcción de dignidad para las mayorías excluidas, de freno frente al despotismo y la violencia, y de estar al lado de los más desfavorecidos no para dar caridad sino para dar solidaridad, empoderar y acompañar. Sigo siendo ateo pero soy mucho más sincrético y flexible en lo que respecta construcción de identidades populares.
Muchísimas gracias Iñigo. Espero nos sirvan estas reflexiones que te agradecemos enormemente, máxime conociendo la complejidad de tu agenda, incluso estival. Me confieso todavía anonadado por esa hipercualificación y experiencia en ciencia política que posees, las cuales se notan más aún en este país tan subdesarrollado políticamente, gracias a la mayoría de sus pésimos actores, mientras tú, bien puedes impartir cátedra, aquí y allá, con esa rabiosa juventud tan magistralmente aprovechada. Suerte compañero. Y un placer poder compartir estas tus impresiones.
(Entrevista realizada por el autor de este Blog para UTOPIA: la revista de l@s cristian@s de base, que hemos esperado a publicar aquí hasta que no ha llegado a los suscriptores).
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